JESSICA HOYOS: LA TARIJEÑA QUE PEDALEÓ UN SUEÑO Y TERMINÓ CRUZANDO AMÉRICA EN MOTO


«El camino se abre cuando avanzás», dice Jessica Hoyos En una entrevista con el programa «Sobre Mesa» de Radio Luis de Fuentes , mientras una bandera boliviana flamea en su moto anclada en una isla del Caribe panameño. Lleva la sonrisa intacta, los brazos curtidos por el sol y una bitácora llena de historias que parecen escritas por el destino mismo. A sus 34 años, esta mujer nacida en Yacuiba pero tarijeña de corazón, dejó atrás la rutina para conquistar un continente. A bordo de una motocicleta de 200 de cilindrada, con más sueños que presupuesto, Jessica está cruzando las tres Américas sola… pero nunca en soledad.
Del Valle al Mundo
Jessica vivió toda su vida en Tarija, pero en 2022 se mudó a La Paz. Fue allí, entre cumbres y quebradas, donde descubrió algo que transformaría su vida: las montañas. Empezó a escalar en roca, a conocer su cuerpo, sus miedos y su fuerza. “Descubrí lo que era experimentar emociones a través del movimiento”, recuerda.
Fue entonces cuando un amigo le lanzó una propuesta que parecía una locura: recorrer América en moto. Ella ni siquiera sabía manejar una. Se empecinó. Se prometió aprender en un mes. Y lo logró. “Del 1 de abril al 1 de mayo aprendí a manejar. El 2 de mayo, ya estaba en ruta a Perú”, cuenta.

Una moto, una bandera, un continente
Con una Pulsar de segunda mano, que compró por 1.500 dólares cuando el dólar estaba a 11, Jessica armó su sueño con 3.000 dólares ahorrados —todo lo que tenía. El objetivo: llegar a México. Hoy va mucho más allá. Recorrió Perú, Ecuador, Colombia, y ahora está en Panamá. La ruta no ha sido fácil. En Bolivia tuvo su peor accidente: chocó con otra moto. Afortunadamente, solo se dañó el embrague y su lente. Pero no paró. Jamás lo hizo.
Está cruzando una de las etapas más duras del continente: el Tapón del Darién, la zona donde se corta la Panamericana entre Colombia y Panamá. Una región inhóspita de selva, narcotráfico y paramilitares. “Yo elegí el camino largo, el más barato, pero el más lleno de experiencias”, dice. Subió su moto a un barco mercante que recorre puertos y descarga mercancías. Ahora está en una isla del Caribe, comiendo pescado con marineros, esperando que el barco llegue a un puerto panameño con carretera. “Ya estoy sellada en Panamá, pero todavía estoy viajando”, dice con una sonrisa.

Ni rica, ni equipada: libre
Jessica no viaja con lujos. No tiene una moto de alta gama. No duerme en hoteles caros. Su presupuesto es ajustado. Pero su espíritu es inquebrantable. “Este viaje no es para valientes, es para los que sueñan. Yo me animé. Y quiero ser esa semillita que inspire a otros. Si lo pensás, lo soñás y lo hacés… se puede”, afirma.
Jessica recorre entre 300 a 400 km por día. Planifica rutas, evita manejar de noche, habla con la gente para saber qué zonas son peligrosas. En muchas partes le advierten sobre paramilitares o guerrillas. Ella esquiva los conflictos con cuidado y determinación.

El mundo, desde los ojos de una boliviana
Lo más emocionante para Jessica no han sido los paisajes. Han sido las personas. “Nunca estoy sola. Siempre hay alguien que te da comida, te invita a dormir. Hay grupos de viajeros, autoayuda… los buenos siempre son más”, repite. En muchos países, la gente se sorprende al verla. No por la moto. Sino porque es mujer. Y boliviana. “Muchos me dicen que es la primera vez que ven a un boliviano. Y más aún, a una boliviana sola en moto. Me piden fotos, me tocan bocina. Cuando ven que soy mujer, se sorprenden más” (ríe).

Incluso en países donde las relaciones pueden ser tensas, como Perú, ha encontrado amabilidad. En Ecuador, Colombia y Panamá, la han recibido con cariño y admiración.

El mensaje: no te limites
Jessica dice que no necesita una moto grande ni un presupuesto de lujo. “Con una Pulsar y tres mil dólares, podés salir. El barco a Panamá me costó 400 dólares, más 200 en comida y pasaje, es lo más caro hasta ahora. Pero me invitan desayuno, almuerzo, cena. Estoy con pescadores. No es de lujo, pero es hermoso”, relata.
En su relato no hay quejas, hay gratitud. Ha tenido pinchazos, problemas técnicos, riesgos. Pero también ha tenido manos que la ayudaron, casas que la recibieron, abrazos que la reconfortaron.
Una semilla de Tarija que florece en América
“Si no vivís, no podés crear criterio. Hay que experimentar. Hay que soñar, pero sobre todo, hay que hacerlo”. Jessica Hoyos no solo está cruzando América. Está desafiando las excusas. Está llevando la bandera boliviana —y tarijeña— a rincones donde nunca la vieron. Y con cada kilómetro, está sembrando la idea de que otra vida es posible. Una vida con rumbo propio, con valor y con emoción.
