DOMINGA, ABOGADA Y DEFENSORA DE LAS TRABAJADORAS DEL HOGAR

“Te voy a contar mi historia”, dice Dominga Mamani Mamani y comienza a ir hacia atrás en sus recuerdos. Ahí se ve a sí misma con 12 años y trabajando casi 24 horas al día para una familia en Cochabamba. Recuerda que en ese tiempo, sin importar la hora, le pedían que cumpliera una y otra labor. Pero su rebeldía, sus sueños y su personalidad no iban a dejar que eso se extendiera mucho tiempo en su vida.

De cariño sus amistades le dicen Domi, pero en su primer trabajo la llamaban Tomasita. Su voz siempre fue clara y fuerte, con los años ganó más elocuencia. Sus trenzas largas y oscuras son su orgullo y siempre pensó que había mucho más que servir a las familias. “Yo sabía que había más cosas que hacer fuera de esas cuatro paredes”, le cuenta a Página Siete. Hoy da la cara por otras mujeres que pasan historias similares a las de ella.

Dominga hace unos días recibió su título como licenciada en Derecho tras terminar su carrera en Achacachi mediante la Universidad Pública de El Alto. De trabajadora del hogar pasó a ser una de sus dirigentes y hoy también es abogada. Sí, tiene un título que avala sus estudios, pero para ella no hay nada más importante que tener la experiencia y conocer de primera mano, y en carne propia, las inequidades del trabajo asalariado del hogar.

Ninguna Cenicienta

Dominga nació en Kapara, cantón Warisata del departamento de La Paz. “Un día mi papá se accidentó. Llegó ese tiempo una tía y preguntó quién quería ir a trabajar a Cochabamba como niñera. Yo me he escapado porque quería ayudar”, recuerda. Reconoce que su papá quería que ella estudie y que fue a buscarla cuando se recuperó esperando convencerla de volver a casa.

“‘Déjame, papá, porque yo voy a trabajar, luego voy a estudiar’, así le dije. Pero mi papá vino a rescatarme y yo rebelde, cuando digo una cosa, eso tiene que ser. No regresé. Mis jefes también le convencieron, le regalaron arroz y azúcar recuerdo”, cuenta. “Ese rato las energías te sobran, yo no me sentía cansada, era voluntariosa y me quedé”.

“No sabía de derechos laborales y no sabía del salario mínimo, mucho menos tenía conocimiento de lo que eran los beneficios sociales por los años trabajados. Yo era la última en dormir y me he retirado luego de cinco años porque cuando llegué a ese trabajo el niño que cuidaba tenía siete días de nacido y cuando me fui se estaba yendo al kínder”, explica Dominga, a quien le pagaban sólo 100 bolivianos al mes, y le daban el dinero junto: 1.200 bolivianos a fin de año.

No fueron los únicos atropellos. Hubo un tiempo en el cual sus empleadores quisieron cambiar su forma de vestir y le recomendaron que usara shorts y poleras. ¿Dejar su vestimenta? Eso no podía pasar porque su rebeldía y carácter fuerte le daban voz propia para decir: “Yo no voy a cambiar, yo voy a ser de pollera como mi mamá”. Ella podía servirles, pero jamás iba a permitir que la despojaran de su identidad.

Cuando cumplió 17 años llegó una noticia que a ella la hizo feliz; fue nombrada madrina de colitas, los recuerdos que se entregan en eventos sociales. “Yo le pregunté a mi jefa qué tenía que hacer y me indicó. Me mandó como a las cinco de la tarde y me dijo que regrese a las ocho de la noche. Pero yo les dije que quería bailar, que quería estar con mi tía y pedí que me recojan más tarde”.

Como si se tratará de la historia de Cenicienta, esa noche la desafiaron. Si no salía de la fiesta a las 8 de la noche, iba a ser despedida. “Igual vinieron más tarde y yo dije que no hice nada malo y sí volví, pero a recoger mis cosas”, cuenta. En Cenicienta todo ocurre por obra y gracia de un hada madrina, en el mundo real Dominga fue la única responsable de sus éxitos, ella y solo ella.

“Yo quería cumplir mis sueños y quería estudiar. Esas veces tenía 17 años y decía: ‘Qué estoy haciendo con mi vida’. Mi trabajo era mi mundo de cuatro paredes, no salía a ningún lado, no escuchaba noticias y ni radio tenía; sólo tenía que estar casi 24 horas lista para ellos”, reflexiona.

A pesar de que pasó cinco años de su vida al servicio de esa familia, Dominga nunca tuvo una retribución justa a sus labores. Es más, dejó allá parte de su adolescencia y muchos recuerdos que es mejor dejarlos enterrados.

Era el año 2000 y un mundo nuevo se abría para Dominga. Mediante una agencia de empleos cercana a la plaza San Francisco, Dominga encontró trabajo en Miraflores. Estudió por su cuenta y decidió acabar el bachillerato en una escuela nocturna.

Cuando conoció las historias escritas en los libros, descubrió el mundo del saber y ya no quiso irse de aquel bonito lugar. Consiguió un viaje y se fue a Santa Cruz junto con otros jóvenes con el objetivo de estudiar en Cuba. Un huracán impidió que el plan se cumpliera y volvió a La Paz, pero quedó claro para ella que estaba dispuesta a estudiar, trabajar y seguir aprendiendo.

Su empleadora, María Julia, la dejó de lado y no le quiso pagar los dos sueldos que le debía. Nuevamente supo que lo más importante en su vida era aprender a defenderse y, por qué no, ayudar a personas como ella. Conoció un sindicato y supo que no todo eran obligaciones en su vida. “En el sindicato me han explicado mis derechos y he abierto mis ojos. Fui al Ministerio del Trabajo y saqué mi preliquidación, la señora no asistió, pero me amenazó diciendo que su familiar era abogado y yo como estaba con el sindicato respondí que también tenía abogado. En el Ministerio me han defendido nomás y me canceló, no acepté la negociación”, explica de ese primer proceso exigiendo lo justo.

Luego siguió trabajando, pero ahora sí tenía conocimiento de sus derechos. Los domingos eran sus días preferidos, aunque en vez de descansar estudiaba computación. El 2008 fue elegida Secretaria General al cumplir dos años de integrarse al sindicato. “Me he obligado a aprender cuáles eran los derechos de las trabajadoras, especialmente de las trabajadoras del hogar. He conocido la ley 24/50, la Ley General del Trabajo, la Constitución Política del Estado y todo eso. Ya me sabía los artículos y leyes”, revela.

Cuando todo iba mejor en su sindicato, la abogada que las asesoraba dejó de asistir. Sus compañeras la impulsaron a ingresar a la universidad y que se prepare. “Domi tienes que estudiar, si no, quién nos va a defender porque tú ya sabes. Si no estudias, te vamos a llevar amarrada a la Universidad”, le decían. Por su trabajo eligió Achacachi, donde los estudios eran los fines de semana.

Fue en 2016 que ingresó a la universidad y acabó la carrera en 2020, ni la pandemia pudo detenerla. La titulación fue una cuestión de tiempo y, aunque nadie le podrá dar clases de explotación laboral o arbitrariedades similares, ella ya es una defensora de sus pares, y con título.

Agencia de empleos

Ella es parte del equipo de trabajo de Mujeres Creando en la Virgen de los Deseos y también se hace cargo de la agencia de empleos. “Yo siempre le escuchaba a la María Galindo, pero como trabajaba en varios lugares a veces no podía escuchar la radio, pero ella siempre me impulsaba a estudiar, me ofrecía que vaya y estudie usando wifi o si necesitaba libros”, comenta de la gestora feminista.

La Agencia de Empleos que Dominga conduce con sus compañeras es un espacio donde esperan dar garantías a empleadores y trabajadoras. A diario escucha a mujeres que le cuentan cómo les ofrecen 1.200 o 1.500 bolivianos por extensas horas de trabajo, algo que está prohibido en Bolivia. “Nuestra agencia de empleos es muy diferente a las demás, porque yo no busco lucrar de mis compañeras o de los compañeros y tampoco quiero aprovecharme de los empleadores”, remarca la mujer que sabe a la perfección el significado de la palabra empatía.

Hay empleadores que cumplen con los beneficios laborales, pero otros son abusivos y es entonces que ella saca a relucir todo lo que aprendió en la vida y en las aulas. “Yo no puedo mandar a mis compañeras donde les paguen menos de lo que dice la ley”, dice. La Agencia tiene a profesionales de varias áreas. Dominga en persona verifica domicilios, explica de los derechos laborales y recalca a sus compañeras: “Ustedes mismas tienen que decirle a sus empleadores; ustedes mismas”.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, hay 117.735 trabajadores del hogar en Bolivia y la mayoría no conoce sus derechos, explica Dominga.

Es más, siguen existiendo las madrinas que dicen ayudar a las mujeres y las mandan a trabajar a hogares en los cuales están presas de cuatro paredes. “Hay gente explotadora aquí en Bolivia. Gente que quieren hacerse trabajar gratis y maltratan además. Para la sociedad somos inhumanas, no tenemos derecho a nada. ¿Creerán que somos de piedra?”, sentencia Mamani.

Después de su amarga experiencia en Cochabamba, a ella nadie le ha regalado nada. Gracias a su trabajo va cumpliendo sus sueños. Ya es abogada y conoció ocho departamentos del país. “Me falta Pando, pero igual voy a ir porque también hay trabajadoras del hogar allá”. En sus fotografías siempre se la ve sonriente, feliz y sobre todo libre de ser como quiere ser.

Página Siete

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