OTRAS ‘SECUELAS’ DEL COVID-19: FAMILIAS CON DEUDAS Y SIN PERTENENCIAS POR SALVAR A SUS SERES QUERIDOS
Elsa Coca está destrozada, pero no tiene tiempo de enjugarse las lágrimas. Acaba de enterrar a su esposo, y hoy busca plata para recuperar su casa; la empeñó para pagar la cuenta de la clínica, casi Bs 300.000 -con factura-, y Bs 100.000 -sin facturar- por la compra de remedios sedantes de un mes.
Su solidaria hermana vendió un lote para apoyarla. Elsa está sin trabajo, y dice que por lo menos durante un mes no buscará uno porque no puede moverse de la Caja Nacional de Salud (CNS), exigiendo la devolución de sus gastos facturados.
Cuando su esposo se puso mal, a pesar de estar asegurado por su cargo como gerente del Club Polanco, no encontró cama libre. Por eso, en medio de la desesperación, no hubo más alternativa que un centro privado de salud.
Señala que en la CNS la tienen como ‘pelota’, y que ante sus amenazas le recibieron la carpeta de solicitud de reembolso, pero que la aprobación está sujeta a “lo que se decida en La Paz”. Ella les dijo que no se va a cansar.
“Estoy destrozada, y los problemas continúan”, compartió. Para ella es lamentable enfermarse en Bolivia, “no hay quién se apiade, y los médicos nos decían lo que les daba la gana sin asco”, suspiró.
El papá de María del Rosario Bejarano era taxista. Lo que más le duele es que su progenitor apenas tenía 57 años, y nunca padeció por enfermedades de base. “Tenía la esperanza de verlo salir, pero Diosito igual se lo llevó a su lado”, dijo ensimismada.
La deuda inicial con la clínica era de Bs 144 mil, pero le rebajaron Bs 20 mil. Independiente de eso y de los préstamos realizados por los parientes para retirar el cuerpo de su papá, María del Rosario tuvo que empeñar un terreno de su madre y vender el auto de su hermano. No tienen casa propia, pagan alquiler.
Cuando su papá estuvo internado, uno de sus hermanos, de apenas 25 años, también se puso mal, pasó cinco días en la clínica, que costaron aproximadamente cinco mil dólares, y sin terapia intensiva.
En medio de su dolor, María del Rosario tiene ánimos para empatizar con otros. “cuántas familias estarán pasando por lo mismo que nosotros en este momento”, dijo desde la novena realizada en memoria de su progenitor.
Antes de ‘caer’ en una clínica, Rosario y los suyos intentaron conseguir cama en cinco hospitales, sin éxito. “Con tal de que se salve, yo no veía el dinero. Solo quería que mi papá vuelva, que esté bien, siempre conmigo”, dijo.
Hacía como dos semanas que Benedicto Aguayo no abría su zapatería, montada en la plaza del Canillita, junto al mercado El Trompillo, hasta que su hija mayor, Soledad, visitó a los vecinos y les informó que su papá estaba en la UTI de una clínica, y que toda ayuda era bienvenida para pagar los gastos, que ya se acercan a los diez mil dólares.
Las tres hijas del humilde zapatero están haciendo malabares para conseguir la plata, desde pegar carteles con el número de cuenta, hasta pedir prestado a los parientes.
No saben qué pasará ahora, ya que desde el jueves 17 de junio, cuando Benedicto fue intubado, el gasto diario se disparó de Bs 8.000 a más de 10.000, solo por el espacio en la clínica, y sin contar el presupuesto en remedios, que por día alcanza hasta Bs 7,000.
Sus hijas le sacaron un seguro, creen que se trata del SUS, pero no hubo una sola cama disponible cuando el cuadro de Benedicto empezó a agravarse. “Los médicos nos decían que solo habría cama disponible si alguien fallecía”, explicó una de las descendientes de este viudo de 55 años, que jamás tuvo enfermedad de base.
“Él se había salvado en la primera y la segunda ola. Nosotros le pedíamos que no se quitara el barbijo”, contó la menor, que se contagió de la Covid-19 y mostró los síntomas poco después de que Benedicto somatizara.
Ahora, lo único que esperan es que los amigos y conocidos de Benedicto colaboren con lo que puedan para su tratamiento. De lo contrario, la casita podría salir de las manos de la familia.
El video de un momento desesperado se hizo viral cuando André Aguilera trataba de sacar de la clínica a su primo de 28 años, que se encontraba internado. Quería trasladarlo a la Caja Nacional de Salud, y el personal del establecimiento privado se lo impedía porque faltaba un saldo por cubrir.
“Estamos en terapia intensiva, no quieren abrir la puerta para trasladar a un paciente a la CNS. A la clínica se le ha pagado Bs 72 mil, se le firmará un convenio de pago por el saldo. Debido a complicaciones el paciente estará en la CNS por 60 días”, dijo Aguilera en el video, evidentemente molesto y con la respiración exacerbada.
En otro video se muestra una discusión con los administradores del establecimiento privado de salud.
Aguilera estaba desesperado, no solo por la vida de su joven primo en estado de gravedad, sino por las cuentas que iban disparándose por cada día en la clínica, y por una serie de factores emocionales.
El paciente de 28 años no es el único afectado, hace un mes murió su padre por infarto, el 30 de mayo falleció el abuelito por Covid-19, y la mamá está intubada. “Mi primo solo nos tiene a mi padre y a mí”, dijo André Aguilera, consternado.
Con comprobante en mano, André mostró a EL DEBER que solo en oxígeno gastó Bs 28.000 por 14 días. “Son Bs 2.000 al día por oxígeno; aparte, Bs 8.000 por día de internación; Bs 3.000 en análisis; y Bs 4.000 en medicamentos. En total son Bs 17.000 diarios, y con pésima atención”, lamentó.
Mientras trataba de sacar a su primo, una ambulancia UTI lo esperaba por una hora y media. Y el costo de ese transporte se mide por hora, y puede alcanzar los 300 dólares.
Aguilera, además de los gastos, tenía pánico de perder la cama conseguida con mucho esfuerzo en la CNS.
Para salvar la vida de su primo, André Aguilera tuvo que prestarse dinero y vender su auto. La cuenta se hizo Bs 152.000 por dos semanas, y solo por internación fueron Bs 112.000.
Lo más grave, para Aguilera, además de retener a un paciente, es que lo hubieran hecho firmar un pagaré en blanco. “Uno no puede ni sacarse un préstamo por que no sabe cuánto va ser la cuenta”, criticó.
Hace un tiempo, a Miguel Condori le retuvieron por tres días el cuerpo de su hija, ya fallecida.
EL DEBER
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