PERRITOS TRABAJADORES EN LA PAZ: PUNTUALES, CONSTANTES Y NUNCA ESTÁN DE MAL HUMOR

SPIRKE

Sparky mide unos 40 centímetro de la cola hasta la cabeza y es un diligente e intrépido efectivo de seguridad en Dely Bross, una rosticería en Villa Fátima: no le teme a nada ni a nadie y en tres oportunidades salvó a su jefa de robos.

Alonso es uno de los supervisores de La Paz Bus, que sin tener un reloj es el más puntual de todos y, a la vez, el mejor compañero de trabajo porque al final de la jornada, pese a estar cansado, siempre está dispuesto a dar una caricia y recibir otra.

Alika es una perra enorme que con su presencia disuade a cualquiera que quiera dañar a las vendedoras del mercado de Alto  San Antonio y se encarga de ir por su “paga” puesto por puesto.

Así son estos perritos trabajadores en La Paz: puntuales, entregados a su oficio pero,  ante todo, siempre de buen humor, afirman los humanos con quienes comparten el trabajo o para quienes cumplen alguna labor de manera disciplinada y constante.

“¡El Alonso es increíble! Parece que calculara la hora, es tan puntual”, expresa Edgar Apaza, conductor del bus PumaKatari, quien pese a conocer hace seis años al perrito, no termina de admirar su comportamiento disciplinado, pero sobre todo lleno de afecto. “Es cuestión de darles atención, el Alonso  nunca está de mal humor, ¡nunca!”, añade.

“Sólo hay que darles la oportunidad para que demuestren de muchas formas el cariño que nos tienen; no solamente moviendo la cola, sino ayudándonos; ellos pueden hacer un equipo con nosotros, los humanos. No los maltratemos, no los echemos a la calle. Las personas que hacen eso no saben lo que se pierden”, dijo Luz Cosme, ama de Sparkie.

Giovana, vendedora del mercado modelo de Alto San Antonio, que se encarga de Alika, tiene una similar percepción. “A la Alika sólo le falta hablar, está atenta a todo lo que pasa y es capaz de percibir las malas intenciones de la gente y no se mueve cuando va a pedir croquetas o carne a los compañeros del mercado”, dice riendo, disfrutando del comportamiento de la perra.

Pero estos tres perritos trabajadores tienen algo más en común: todos fueron abandonados y  maltratados. Sus actuales amos los rescataron y les dieron la oportunidad de una nueva vida; ellos les retribuyen demostrándoles todo lo que pueden hacer. Estas son sus historias:

Sparkie, pequeño  gran guardia de seguridad de Dely Bross

“Sparkie trabaja aquí”, afirma contundente Luz Cosme, propietaria de la rosticería Dely Bross,  en Villa Fátima, y entre sus pies aparece el diminuto perrito chapi luciendo un chaleco más diminuto que él, donde se lee “Seguridad”. Se dirige con paso apresurado a la puerta de vidrio del negocio. Se para en el umbral, mira a la  calle, a la izquierda, a la derecha, y vuelve a entrar al local; huele los pies de cliente nuevo que ingresa y regresa apresurado  al ingreso para volver a repasar con la mirada la calle.  

“Cuando siente que alguna persona tiene malas intenciones o huele a alcohol u otras cosas, se pone a ladrar sin parar”, dice Luz. “Cuando no está en la puerta, entrando y saliendo, está cuidando la caja, que nadie se acerque más de los debido; en una oportunidad un cliente metió la mano por el otro lado de la vidriera y el Sparkie saltó desde el piso hasta la silla y le mordió la mano. ¡Es increíble! En tres oportunidades me salvó de robos”, añade la joven que no deja de mirar con ternura al pequeño perrito que se le acerca y se para de dos patitas sujetado en una de sus manos.

“Él vino a mí, hace siete años. Entró al local, se me acercó y se paró de dos patitas, como si estuviera buscando a alguien, y se quedó. Durante un  tiempo busqué a los dueños pero nadie apareció”, cuenta al recordar cómo el animalito entró en su vida.

Pero eso no es todo, porque un día, a los dos meses de su llegada a la vida de Luz, Sparkie desapareció. “Lo busqué tanto, los domingos iba a la 16 de Julio a ver si lo encontraba, pero nada; fueron seis meses de desaparición, hasta que un día en el mercado, mientras comía, noté que un perrito me ladraba y cuando lo miré, se desesperó por acercarse; estaba en poder de unos indigentes, era el Sparkie. Me acerqué para reclamarlo pero me agredieron, no me importó, me enfrenté y se los quité”, recuerda.

El diminuto chapi se levanta a las 7:00, sale de su cama, da unas vueltas por la casa, come un poco y está listo para ir  a trabajar. Cuando hay algún retraso en la salida, se intraquiliza. En el trabajo es muy disciplinado porque no descuida su puesto de guardia, también es muy formal,  pues no come fuera de horarios y no acepta  comida de los clientes. “Está en su papel, ¡es un gran trabajador!”, asegura Luz.

Alonso, puntual  supervisor  de los buses PumaKatari

“El Alonso es muy querido y todos lo conocen; es un gran trabajador de La Paz Bus”, afirma Edgar Apaza, conductor del bus PumaKatari. El chofer se considera compañero de trabajo del perro, al que admira por su inteligencia, su disciplina y, sobre todo, su puntualidad.

“En la mañana, al empezar la jornada, el está junto con el primer bus, subiendo de Caja Ferroviaria a  las Siete Lagunas, como un supervisor. Se queda ahí y espera a todos los buses que llegan, moviendo la cola. Parece que calculara la hora, porque cuando llega el mediodía, igual se sube al último bus para volver al patio de la Caja Ferroviaria; llega y se baja para almorzar. ¡Nosotros no lo podemos creer! Al inicio de la tarde es lo mismo, se sube al primer bus que llega y se va a la parada de las Siete Lagunas. Se queda ahí hasta la noche, hasta las 22:30 y en el último bus vuelve a la Caja Ferroviaria. Se lo ve cansado, con frío, pero se queda con el grupo, como un trabajador más, es admirable”, cuenta el conductor.

Édgar no se cansa de destacar las virtudes del animalito. “Es un trabajador puntual y disciplinado,  pero ante todo es un gran compañero que al final de la jornada, cuando todos sus colegas estamos cansados o tal vez tristes, nos reconforta. Podemos terminar la jornada bien estresados, pero él viene, se acerca, lo acariciamos y se va el estrés”, afirma.

Alonso trabaja en La Paz Bus hace seis años, desde que los trabajadores  lo encontraron en la Plaza Alonso de Mendoza, amarrado y siendo maltratado por los indigentes que pululan por el lugar, recuerda Félix Chambi, también conductor del bus.

Félix cuenta que apenas el perrito  se vio libre, corrió y se subió a un PumaKatari, que tenía como destino la Caja Ferroviaria, donde ese día se encontraba Édgar. Él recuerda que lo vio bajar del bus ante la mirada emocionada de los trabajadores. Lo primero fue decidir cuál sería su nombre. Ganó la propuesta de llamarlo Alonso, como la plaza donde fue rescatado, y también la iniciativa de que alguien adoptara al perrito. Uno de los trabajadores se llevó  al animalito a su casa, pero no fue por mucho tiempo, porque el can -nadie se explica cómo- regresó solo al patio de la Caja Ferroviara. Ahí, en el día, es un puntual supervisor y en la noche es un bravo cuidador de los buses que él eligió para huir del maltrato.
 

 Alika,  cuidadora sin horario del mercado de San Antonio

Es mediodía en el mercado modelo de Alto San Antonio. En el comedor, las mesas están llenas de comensales y las mujeres que preparan los alimentos no paran ni un segundo para servir  sus suculentas especialidades. En el piso, casi al medio del lugar, está recostada Alika, una enorme perra mestiza,  a la que nada se le escapa a la mirada.

La perrita no pierde de vista a las personas que ingresan, pero sólo mueve sus ojos y en algún momento suspende las cejas. Si nada la altera, todo está  bien, pero si alguna de las mujeres del comedor pide ayuda, ella salta y comienza a ladrar furiosa. “Cuando una compañera le pide ayuda o ella ve que  quiere entrar alguna persona que tiene malas intenciones, se pone al frente y no la deja pasar; es brava y muchos la quisieron lastimar, pero ella sólo nos cuida y no molesta a nadie; está pendiente a todas horas”, afirma Giovana, una de las vendedoras. Ella es la mamá de Alika en el mercado, pero todas las demás  están pendientes de la perrita. Conocen su historia.

“Hace cinco años llegó al mercado en estado crítico, con una cadena en el cuello, flaca, había tenido crías y  quería comidita, se vía desesperada. Le invitamos algo y comenzó a regresar. Identificamos a los dueños, les mandé una carta para que hicieran algo, pero nunca hicieron nada. Con las compañeras del mercado la hicimos esterilizar  y sus dueños la echaron; así la Alika se vino con nosotras”, cuenta Giovana.

La fama de gran y leal cuidadora de  Alika ha trascendido las fronteras de Villa San Antonio. “Es increíble cómo las cuida a las señoras del mercado de los antisociales. Yo la vi una vez ponerse frente a un hombre que estaba creo completamente enajenado, la perra era una fiera”, relata una vecina de San Antonio. Otra recuerda una escena similar y  -a firma – intentó calmar a la perra. Ésta la miraba y  le movía la cola al oír sus palabras, pero de inmediato volvía a centrar su atención en el hombre y sus ladridos  y gruñidos no paraban. 

Alika sabe que presta un servicio en el mercado de San Antonio, por eso da sus rondas por el lugar pidiendo comida a los demás comerciantes. “Se para en el puesto de las croquetas y no se mueve hasta que le dan algo, igual es en la carnicería, es chistoso”, dice Giovana

Y Alika tiene un compañero al que está formando en la gran misión de cuidar a las mujeres del mercado de San Antonio, se llama Chapirulo, también llegó al lugar en completo estado de abandono, pero las comerciantes lo ayudaron y ahora tienen un guardián más.

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