JUAN JOSÉ ZÚÑIGA ROMPE EL SILENCIO DESDE LA CÁRCEL: ‘LO HICE POR LA PATRIA’

“¡Buenos días, mi general!”. Así, con los pies firmes y la mano derecha alzada en la sien, un recluso se cuadra ante Juan José Zúñiga Macías. Otros le saludan a gritos: “¡mi generaaaaaaaa…l!” “¡Mi general papito!”. Él les devuelve el saludo “hola hijos” y les pregunta “¡cómo anda la moral!”.
Esto es una cárcel, no un cuartel, pero hay reclusos que se cuadran ante Zúñiga como si fuesen soldados. Lo saludan en el penal de El Abra como si fuese comandante e incluso alguno le ayuda en llevar sus bolsas, como cumpliendo el rol de estafeta.
En un momento de la entrevista Zúñiga saca su boina negra, la que tenía puesta el 26 de junio de 2024, que está guardada en un pequeño mueble en su celda. Orgulloso muestra las tres estrellas doradas con una franja roja y sentencia: “El militar muere como militar”.
Desde el encierro, el exgeneral decide romper el silencio con la RED ERBOL. Todavía se considera un militar y un patriota que defiende los recursos naturales. Aclara que éste no es el final de su historia, sino tiene la esperanza de salir de prisión.
¿Por qué hizo lo que hizo aquel el 26 de junio de 2024 en la plaza Murillo?
“Por la patria”. Fue la escueta respuesta de Juan José Zúñiga, que con gestos en las manos y un tic en las piernas, pide que no le pregunten más sobre el tema.
El exgeneral lleva ocho meses cumpliendo una detención preventiva en la cárcel de El Abra, sindicado por los delitos de terrorismo y alzamientos armados, luego de que el pasado 26 de junio de 2024 irrumpió la plaza Murillo con tanquetas y Policías Militares. El Gobierno lo acusa de intentar un golpe de Estado.

“Yo sé lo que ha pasado, se va a saber la verdad. Se va saber en su momento”, añade a tiempo de explicar porque no quería responder sobre los hechos del 26 de junio.
Zúñiga señala que prefiere no hablar sobre su proceso hasta que culminen las investigaciones, con el objetivo de no “contaminar” la investigación y por respeto al trabajo de la Policía y al Ministerio Público.
Pero en encierro va escribiendo sus memorias, minuto a minuto todo lo que ha pasado aquel 26 de junio de 2024. Tiene dos ideas para el título de su libro: “Mi Lucha” o “Las Razones de mi Lucha”.
Zúñiga en su libro busca escribir su biografía, relatar los hechos del 26 de junio y, según espera en un futuro, su liberación de la cárcel.
“La cárcel es una escuela de la vida”
La cárcel de El Abra, ubicada en el departamento de Cochabamba, es uno de los principales centros penitenciarios del país. La celda de Juan José Zúñiga está en el Bloque “C”.

Después de su vuelta rutinaria por el penal, con la mano derecha señala el lugar donde está su celda y se queja de que lo enviaron al sector de los reos más peligrosos.
Los muros de ladrillos se ven desgastados, pese a que aparenta ser una construcción reciente. El sol se estrella contra las ventanas enrejadas. A través de ellas, se vislumbran sombras inquietas: algunos reclusos deambulan con mirada hosca, otros exhiben tatuajes que seguro cuentan sus historias.
En medio de ese mundo de sombras y jerarquías invisibles, Juan José Zúñiga camina sin prisa, en su ropa deportiva de marca. Lleva dos bolsas en las manos: una de pan, otra de plátanos que reparte entre los internos.
Desde las rejas, los reclusos lo llaman con fervor desesperado, como un ruego. “¡Mi general, papito! ¡Aquí, aquí!”. Pero la comida nunca es suficiente. “Por un pan pueden matar… es el hambre del preso”, dice Zúñiga. Y la cárcel, como un estómago vacío, sigue rugiendo.
La celda del exgeneral
Detrás de una puerta metálica negra, sin vista al pasillo y asegurada con tres candados, se encuentra cumpliendo prisión preventiva el exgeneral Juan José Zúñiga. Es estrecha, lúgubre, pero, dentro de las condiciones del penal, seguro es de las mejores. Tiene baño privado, en ella una pequeña ventana donde ingresan los rayos del sol, un catre de una plaza cubierto con sábanas bien tendidas, al estilo cuartel, y dos o tres pequeños muebles que adornan su estadía.
Los alimentos no le faltan: café, mate, azúcar, pan, queso… Ese día, su esposa le llevó chicharrón para el almuerzo. “No solo me traen comida para mí, también para los demás”, dice con cierto orgullo.
Desde el encierro, Zúñiga reflexiona sobre el valor de la vida y la libertad. Para él, la cárcel es caer en desgracia, pero asegura que incluso allí puede servir a la patria.
Asegura que comparte lo que tiene: comida, medicamentos, o simplemente una conversación. “Siempre he compartido con mis soldados humildes. Y al llegar aquí, me encontré con la gente más humilde”. Cuenta que le han reconocido unos 15 o 20 soldados suyos, aquellos que lo conocieron cuando era subteniente y teniente.
Habla de la prisión. Según él, hay tres tipos de reclusos:Los que fueron injustamente condenados.Los que cometieron un error, se arrepienten y buscan el perdón.Los malandros que entran y salen, repitiendo el ciclo.
“La cárcel es dura, destruye familias”, lamenta.
Cuando es consultado en qué grupo se ubica, se queda en silencio. Mueve las rodillas, pensativo. Luego responde: “en el primero”.
En la cárcel expresa ser querido. “La gente me conoce mucho”. Afirma estar sano y contar con el respaldo total de su familia. Pero en la desgracia, dice, es donde realmente se conocen a los amigos.
“Cuando era Comandante del Ejército tenía miles de amigos. Cuando llegué aquí, desaparecieron todos”.
Estaba seguro de tener dos amigos íntimos —uno militar y otro civil—pero también se esfumaron. “Solo era interés. Eran buenos para pedir favores, incluso dentro de mi familia. La cárcel te muestra con quién realmente cuentas”.
Según él, los únicos que lo extrañan sin condiciones, aparte de su familia, son sus dos perros. Dijo que cuando él fue detenido, dejaron de comer, se enfermaron. Por eso, pidió permiso a Régimen Penitenciario para que lo visiten.
Ahora, en su celda, tiene otros dos perros: callejeros, flacos, hambrientos. Se acercan a su puerta en busca de comida. Él les da pan, juega con ellos y hasta los cura de sarna y otras enfermedades, cuenta.
Zúñiga tiene su celda para él solo. “Es por seguridad”, explica. Desde ahí responde con ironía a los rumores sobre su paradero: “Estoy en Bolivia, no en Estados Unidos, como dicen en las redes”.
Habla con la certeza de que recuperará su libertad. Y cuando lo haga, asegura que su primer acto será abrazar a su familia.
Los recursos naturales: “Somos el espejo de África”
“La historia de la patria es la historia del saqueo de nuestros recursos naturales”, dice el exgeneral en un tono reflexivo. Ocho meses de encierro lo han llevado a refugiarse en la lectura, en la memoria de otros que antes que él intentaron descifrar el destino del país.
Entre sus manos han pasado al menos dos libros: El complot para aniquilar a las Fuerzas Armadas y Naciones de Iberoamérica yEl Petróleo en Bolivia, de Sergio Almaraz. En ellos busca respuestas, o tal vez, argumentos para sostener su propia versión de la historia.
El exgeneral, asegura que Bolivia toda su historia sufrió el saqueo de sus recursos naturales. Enumera con voz pausada las riquezas que se han esfumado: la plata de Potosí, el guano, el salitre, el petróleo, el oro, el gas… y ahora, el litio. Se detiene un instante y reflexiona: “Somos el espejo de África: ricos, pero pobres. La riqueza nos condena a la crisis social”.
Luego, como si recordara un juramento, repite su lema, aquel que marcó en cada uno de sus discursos: “La patria no se toca”. Pero dice que eso incomoda a muchos y sigue incomodando.
Según Zúñiga, cuando un militar tiene esa actitud de defender los recursos, los poderes lo “ridiculizan” y “estigmatizan”: “Tienen que hacer ver a un militar como un burro o un criminal, y pasa lo que a mí me pasó”.
Escucha las noticias en dos pequeñas radios cancheras, que tiene encima de una pequeña mesa, que está en una esquina de su estrecha celda. Afirma que está actualizado, mientras toma un café con el pan de Cochabamba y un queso cortado por él mismo.
Tras 22 años en el servicio de inteligencia, dice conocer cada pieza del juego. “Te puedo decir toda la situación”, asevera, y sus palabras resuenan como advertencia.
Sobre el litio y el conflicto que se desarrolla en el país, sostiene que ya lo tenía previsto. “Yo sabía todo lo que iba a pasar. Pelean por nuestros recursos las transnacionales”, dice: algo así como en la Guerra del Chaco.
El general “JJ”, su espejo y admiración
Entre sorbos de café, el exgeneral Zúñiga evoca a su padre, un trabajador del interior mina. Habla con nostalgia y orgullo, recordando cómo aquel hombre de manos curtidas admiraba al general Juan José Torres, a quien también le decían “JJ”.
Incluso, asegura haber visto en viejas fotografías a su padre alzando en hombros al entonces presidente en los centros mineros, en una muestra de respeto pocas veces vista entre obreros y militares.
Juan José Torres Gonzales, militar y político boliviano, gobernó el país entre 1970 y 1971. Su mandato, breve pero intenso, estuvo marcado por su postura nacionalista y su inclinación hacia la izquierda. Llegó al poder tras un golpe de Estado que derrocó a Alfredo Ovando Candia, pero un año después fue desplazado por el coronel Hugo Banzer Suárez.
Zúñiga encuentra un paralelismo entre su historia y la de Torres, no sólo porque fue bautizado en su honor. Según él, en la trayectoria de la Central Obrera Boliviana (COB), solo dos militares han sido alzados en hombros e invitados por los trabajadores a sus actos: Juan José Torres y él, Juan José Zúñiga.
Le cortaron sus sueldos
“Nos han cortado los sueldos. No tengo ninguna renta del Ejército”, dice el exgeneral con un dejo de amargura. Lamenta que no se hayan respetado los plazos establecidos por la normativa castrense para su retiro definitivo de las Fuerzas Armadas.
Según él, el procedimiento debió ser distinto. “Las FFAA debían enviarme a la letra ‘E’ y permitirme defenderme por dos años antes de darme de baja”, reclama.
Pero no es solo su caso. Recuerda que, junto a él, hay 32 militares presos, todos sin seguro, sin sueldo y, en muchos casos, sin hogar. “Muchas familias están en una situación lamentable”, sentencia.
Al final de la entrevista, en una hoja de un pequeño libreto escribe unas cortas oraciones y estampa su firma en ella.
ERBOL
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