CON 49 AÑOS DE MATRIMONIO Y SIETE HIJOS SE VOLVIERON ACTORES PARA MOSTRAR LA POBREZA DE SU PUEBLO EN POTOSÍ
Cuando comienza la ópera prima de Alejandro Loayza sus nombres aparecen en la pantalla gigante: Luisa Quispe (Sisa) y José Calcina (Virginio), protagonistas principales de Utama. Tienen 49 años de matrimonio, siete hijos y se volvieron actores para mostrar la pobreza de su pueblo Santiago de Chuvica, en el departamento de Potosí.
En ese poblado de características mineras, donde decidieron formar su hogar, viven del cultivo de la quinua y su precio peligrosamente oscilante. El agua es un servicio que en invierno “flaquea” y tienen que caminar kilómetros para encontrarla. Hay electricidad apenas desde hace cinco años y el internet no termina de llegar. El establecimiento de salud más cercano está a cinco horas, pero el Sistema Único de Salud prácticamente no cubre ninguna enfermedad, aseguran.
Los esposos forman parte de ese 20% de las familias del pueblo quechua, ubicado en Nor Lípez, en el extremo sur del Salar de Uyuni, que decidieron quedarse y no migrar al norte chileno, para trabajar en la minería. La mayoría son adultos, como ellos, y se sienten abandonados por las autoridades, por el país.
José tiene 74 años y estudió hasta primero de secundaria, en Calama, Chile, donde fue criado desde niño porque quedó huérfano a sus dos años. Volvió a Potosí convertido en hombre de 25 años, cuando su abuela murió. Sus parientes lo convencieron de quedarse a trabajar en la mina Litoral, a kilómetros de Santiago de Chuvica. Ahí conoció a Luisa.
Luisa, que tiene ahora 64, sólo fue a la escuela hasta segundo básico. Como sus padres no le podían comprar el material escolar, las clases para ella eran un martirio porque era imposible cumplir con las tareas; por eso, cuando su padre le dijo que ya no estudiaría más se sintió aliviada… pero aprendió a leer y a escribir algunas palabras, entre ellas su nombre. Muchas veces piensa que debió aprender más, pero de inmediato siente que lo que sabe le es suficiente.
“Queremos que el Gobierno, la gente de la ciudad, vea cómo es la vida real en el campo y tal vez así decidan hacer algo, ir a nuestro pueblo, a Santiago de Chuvica, y ver que estamos sobre la riqueza. Somos un pueblo minero que puede ser como San Cristóbal”, afirma José a Página Siete.
“Estoy preocupado por ella, estuvo muy cansada en Santa Cruz. Hoy fuimos temprano a la 16 de Julio (El Alto) y también se cansó”, añade mirándola.
En un año más cumplirán medio siglo de matrimonio. La conoció cuando tenía 15 y se enamoró de su “carácter”. “Era tranquila, paciente y nunca se enojaba”, dice y sonríe suavemente.
“Ahora cambió, se enoja, debe ser la edad, ¿no?”, prosigue mirándola, manteniendo la sonrisa en su rostro cobrizo; en esos ojos grandes y oscuros, marcados por las señales del tiempo que, sin embargo, no les quitaron el brillo que da el no haber perdido la capacidad de maravillarse y sorprenderse con el mundo.
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